lunes, 29 de mayo de 2017

Ena(mar)arse

¿Dónde dejé mi amor? Lo perdí. Creí haberlo dejado en un banco frente a aquél árbol pero ya no está. Me lo habrán sacado, o quizás se fue, me dejó. Pensé que era nuestro, mío, pero él no quiso ser de nadie. Se acurrucaba a mis pies en las noches frías y calentaba el pecho entre melodías, pero nunca fue mio. De hecho nunca le vi el rostro, si me lo volviera a cruzar ahora no lo reconocería. Quizás porque nunca estuvo allí, porque estaba su espacio reservado, estaba su idea. Yo jugaba al amor, a que te entendía cuando me lo decías pero mi amor nunca llegó. Si se hubiera perdido en el correo aunque sea tendría a quien reclamar. Siento su ausencia y ahí entiendo que no era un ente sino la abertura de un túnel donde se zambulle la gravedad misma.  
Escribo y me sale todo con sabor a mar. Allí estoy, sola en medio de su templanza en un día nublado que parece querer llorar, digo, llover. Sigo allí flotando. Las últimas personas huyen de la amenaza, se cubren con toallones y abrigos y me dejan olvidada allí flotando en el mar frío. Veo como mis límites se pierden, me permeabilizo: me lleno de agua y ella se llena de mí. Me diluyo como solvente, ella gana. Soy sólo un grano más de arena. Mi color se empieza a ir. Cierro los ojos e imagino criaturas marinas a mis pies, rozándome y por primera vez tengo miedo. Esta no será una conquista pasiva, me tomarán por las armas, me harán sufrir pero seré parte de algo. Me distorsionarán pero seguiré siendo. Me ahogaré pero no habré muerto. 
Entonces sí veo otros como yo hundiéndose en el mar, dejándose, y descubro que no, no quiero.  Me muevo, lucho contra corriente. Ya no sé hacia donde pero pataleo y rasguño la espuma. Avanzo hacia la orilla desesperada hasta que el mar me suelta y me acerco lo suficiente como para dejarme empujar por las olas que me dicen 'te estaré esperando cuando te lo desees'. Pero no me animo, y mis pies tocan la arena. Me arrastro hasta sentarme-sentirme ya a salvo. Nunca tuve tanto frío.
28/05/17
Aura Serafina

sábado, 6 de mayo de 2017

Con Lengua

    En italiano o francés la palabra “extrañar” no existe, en cambio tienen “necesito" o "me hace falta”. Y lo raro es pensar que al no tener el  concepto, no solo no se usa sino que influye –en su falta o en su presencia- en la forma de pensar y comprender el mundo. Las palabras son el camino pavimentado de la razón, es por donde transitamos, es el contacto que establecemos con nuestro mundo. Y lo que está por fuera del camino es el caos de la posibilidad, de lo carente de límites –que encaminan la comprensión-. Por eso me encanta la idea histórica del desarrollo de la lengua, que vayan surgiendo palabras nuevas no por mera invención sino por la necesidad de expresar realidades nuevas y  formas de entenderlas. Lo maravilloso es que no sean sólo palabras que se unen al mundo material por medio de sentidos, sino que muchas de ellas son abstractas y subjetivas, por lo que agregar nuevos conceptos de este tipo es romper estructuras mentales fijas y literalmente agrandar el mundo.
       Que alguien entienda “te necesito” a partir de un “te extraño” dice algo sobre cómo siente. La primera frase tiene un tinte más materialista y egocéntrico (para expresarlo toscamente), y la otra tiene un dejo de nostalgia encima. Pero esta es una observación a nivel individual, ¿qué pasa a nivel social/contextual? ¿Por qué en alguna parte del mundo se precisaría utilizar más una que la otra? ¿Por qué si son tan diferentes se las identifica? ¿Acaso es el contexto socio histórico el que propicia determinado tipo de anhelos? O para tocar otro vértice de este tema ¿por qué queremos creer que existen los mismos conceptos en diferentes idiomas, por qué pretendemos unificarlos como si el hombre los hubiera ido develando a forma de materia preexistente? Me hace acordar a lo que decía Miguel Ángel sobre encontrar la escultura que existía ya escondida dentro de la piedra. Este tipo de visión tiene que ver con la historia y cómo en el correr de los años fueron cambiando nuestras creencias; por ejemplo, aquél Miguel Ángel hoy estaría pecando de idealista.
       Es más rico pensar que no es una búsqueda del tesoro de conceptos ya determinados porque ellos no pre-existen. Y sin embargo, muchos de ellos se comparten con otras culturas, entonces se puede pensar que si no son los conceptos los que nos unen – como entidades necesarias- , quizás somos nosotros mismos como raza quienes ya venimos con una predisposición a…. ver o sentir de determinada manera. Me parece increíble que compartamos un piso de entendimiento, aunque sea parcial, porque eso que se toca afuera en la sociedad no es lo mismo que necesariamente se toca dentro de un individuo, o entre diversos individuos.
Dije que nosotros somos el tema en cuestión y no las palabras o “realidades” como algo original idealizado, pero es medio imposible no caer en idealizaciones cuando se ve a donde hemos llegado. A veces no puedo evitar ver al hombre como Miguel Ángel veía a la piedra, las cosas son tan COMO SON, que a veces pareciera que las bases hubieran estado sentadas dentro de uno esperando a ser activadas. Lo maravilloso es que sólo se pueden activar por algo externo (porque todo nace del diálogo) y habiendo tantísima variedad y posibilidad de entornos, tiempos, personas, situaciones... las cosas terminaron siendo como son hoy. En este mar de posibilidades que se hayan dado cosas específicas y concretas. Esto y no aquello. Entiendo porqué alguien creería en la predestinación o en “lo que tiene que ser” o “lo correcto” (del tipo de valoraciones con las que no estoy de acuerdo) porque hay cosas que hoy día no pueden no-pensarse.
Por ejemplo se pueden pensar en aspectos de la personalidad de alguien que si se lo ve hoy día parecen inevitables, intrínsecos, que vinieron con la persona… pero en algún momento no-fueron. ¿Cómo es que algo no haya sido desde siempre? ¿Qué se era antes de eso? ¿Todo es transformación, dónde está el origen entonces? Podría parecer que aquello siempre estuvo en potencia, velado hasta ser expuesto por una genial contingencia o ante el tránsito de un camino que lo llevó a eso. Pero a veces se asemeja más a una casualidad o accidente… necesario.
      Por ejemplo, pienso en que alguien “descubra” aquello que quiere hacer de su vida, y que eso es algo tan particular como esgrima, por ejemplo. ¿Cuántas veces en la vida estamos expuestos a este extraño deporte y cuantas posibilidades hay de que lo encontremos justo cuando estemos en la sintonía apropiada para recibirlo como aquello que deseamos hacer? Me gusta el papel que juega el tiempo, los momentos exactos -que no son todos- para que algo se dé. Creo que la respuesta no es que hay un solo camino sino que cada camino que se elije es perfecto por el hecho de ser elegido. No existe LA opción correcta previamente establecida (¿establecida por quién, un ser superior que dirige todo?). Pensar y regirse por ella como si fuera algo como otro-de-uno, invierte absolutamente los motores de la vida, nos vuelve pasivos, cuando es esa idea imaginaria y avasallante la que es pasiva en contraposición a la persona –activa- encargada de armar su camino. Tener semejante idea en mente, ya la hace imposible de ser alcanzada porque no existe lo puro absolutamente. Entonces, lo que hace a algo único y “perfecto” es la confluencia del mundo con el ser en la armonía exacta del tiempo. Se necesita de uno en este acto, y abandonarse ante ideas religiosas (x ej.) que ponen todo en manos externas es la ironía máxima que hace que nunca se llegue al horizonte deseado.
       Ver la naturaleza desde afuera sin sentirse parte de ella es alienar nuestra participación en la perfección de la vida misma, porque toda vida es perfecta por el mero hecho de SER, de haberse concretado de una forma y no de otra.