miércoles, 7 de noviembre de 2012

"La Plaza"- Aura Serafina


     Veo un hombre viejo de pelo blanco almorzando en una plaza con su mujer. Él tiene el porte de un hombre joven, incluso lleva su mochila como tal. La mujer, de más o menos la misma edad está, sin embargo, más evidenciada dentro de los 60. Tiene un cuerpo esbelto y alargado y viste en tonos rojos y naranjas una pollera de vuelo que con un sutil esfuerzo, y a pesar de la pesadez del día que interfiere y somete todo a su paso, es sacada a bailar por una brisa. Y allí continúa la pollera que sorprende a la primavera en un alegre vaivén.
    Se levanta del banco, ligera, y tira las bandejas descartables de las que hace un momento comían el almuerzo para no demorar o gastar en la ceremonia de un restaurant. Ahora él también se levanta y juntos disponen a explorar el día. Dos jóvenes con traje de viejos para quienes el paso del tiempo no modificó sus estructuras y fuegos internos. Puesto que sólo es viejo quien se deja pisar por la vida y el entorno, condicionar o malear por deberes y costumbres. En cambio permanece eternamente joven quien no sacrifica su ser ante nada y sigue siendo ante todo.


     Una pareja, ahora jóvenes. Misma plaza. Sonríen, hablan y suavemente entran en el beso más dulce del mundo. Disfrutando lentamente cada nuevo contacto entre sus labios llenos de caricia, únicamente tensándose al reír por el amor que les cosquillea el cuerpo, pero no por eso dejando de besarse. Se miran en la maravillosa realización de la pureza que acontece en cada uno de sus encuentros.
    Él pone su brazo alrededor de su espalda y ella inclina su cabeza hacia atrás sobre él, emulando inconscientemente un beso de película. Sus narices se tientan. Sonríen. Ella le agradece con la mirada y él disfruta el momento con los ojos achinados de tanto besar y una sonrisa pícara. Sus cuerpos hablan por ellos, desean entrelazarse, acercarse; qué bello amor. Qué bella  la casualidad de dos personas que  tropezaron una con la otra.
     Ajenos al cuadro que trazan, se levantan, toman de la mano y como dos amigos disfrutando su compañía, se van de la plaza dejando la estela de aquel encuentro sobre el banco ahora más vacío que nunca, estático. El resto de los individuos en la plaza retornan sin más, las miradas a sus lecturas o a sus pares; miradas que durante unos minutos fueron partícipes de la efervescencia de un deseo ajeno al mundo real, que corría paralelo a él, intocado, protegido dentro de su propio cauce. Eterno.

Aura Serafina

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