En esta suerte de revista online filosófica, Rafael Argullol responde sobre su obra literaria:
Comienza Maldita perfección (Acantilado,
2013) con una apelación al dictado délfico “conócete a ti mismo”. Un
verbo en reflexivo, “conocerse”, que propone enfrentar o complementar
con “reflejarse”. ¿Qué encierra el arte de autoconocimiento? ¿Es lo
mismo conocerse que verse reflejado en las propias obras?
Creo que de la misma manera que es
imposible reflejarse, también es imposible conocerse en términos
absolutos. Si fuéramos un único rostro o si fuéramos un único yo quizá
fuera posible este tipo de realización, pero como estamos constituidos
de muchos rostros y albergamos muchos yos el máximo conocimiento al que
podemos aspirar es una travesía en la que vamos avanzando de isla en
isla. Al final, lo que queda es el archipiélago que somos y,
simultáneamente, islas vírgenes, islas misteriosas, en nosotros mismos,
que afortunadamente nunca conoceremos.
En La atracción del abismo
(Acantilado, 2006) apunta a que aquella necesidad de los románticos por
pintar lo que llamamos “pintura de paisaje” respondía, a su vez, a una
necesidad por comprender y aprehender la Naturaleza. Todo cuanto existe
de abismático en las pinturas de Füssli, Friedrich o Piranesi se
contrarresta con un “valor cósmico” o “civilizatorio”. ¿Es el arte una
suerte de puesta en orden del sí mismo?
Como ya apuntaba con mucha insistencia Leonardo Da Vinci en su Tratado de pintura,
el auténtico arte es, simultáneamente, un viaje exterior y un viaje
interior. El artista es un mediador, es aquel que hace visible lo
invisible. Simétricamente, también es aquel que, a través de formas
visibles, nos permite el acceso hacia lo invisible. No únicamente el
Romanticismo sino toda la gran pintura europea se ha basado en esta
dialéctica. Los grandes paisajes de Caspar David Friedrich, por ejemplo,
son paisajes físicos y paisajes del alma. El caminante sobre el mar de nubes es una visión abismática del propio yo. Y algo semejante podemos afirmar respecto a El monje mirando al mar.
Friedrich aseguraba que el ojo más fiel es el ojo espiritual. En el
campo poético Novalis decía que el verdadero viaje es siempre un viaje
hacia el interior.
Aunque es una pregunta por la que
han corrido ríos de tinta y de compleja respuesta, ¿podría apuntar en
qué se asemejan y en qué se diferencian arte y filosofía?
Yo diría que, también al contrario de lo
que nos enseñaban en la escuela, hay líneas paralelas que sí, en la
última lejanía, coinciden en un punto. Arte y filosofía coinciden en la
interrogación del misterio. En el camino, sin embargo, parece que vayan
por vías distintas, una, la filosofía, a través de los conceptos, otro,
el arte, a través de las imágenes. En mi caso, he tratado de apoyarme en
ese punto de conciliación al que acabo de aludir. Por eso en mi
escritura he necesitado continuamente transformar los conceptos en
sensaciones y narraciones y las imágenes, en pensamientos.
En lo tocante al arte existen
varios conceptos que se consideran clave. Entre ellos, quizá, el más
reconocido pero el más difuso, controvertido o indefinible es el de inspiración. ¿En qué consiste esta suerte de roce con las musas, tan tratado en estética y teorías del genio?
Creo que puede desglosarse en dos
movimientos: el primero sería colocarse en estado de predisposición, de
estar abierto a los experimentos de la existencia; el segundo es quizá
sencillo de enunciar pero difícil de llevar a la práctica y se puede
resumir en la definición que Baudelaire dio, precisamente, de
inspiración: trabajo, trabajo, y más trabajo.
Y más cosas interesantes...
No hay comentarios:
Publicar un comentario