lunes, 2 de diciembre de 2013

Espantapájaros (1932)- Oliverio Girondo



17  

Me estrechaba entre sus brazos chatos y se adhería a mi cuerpo, con una violenta 
viscosidad de molusco. Una secreción pegajosa me iba envolviendo, poco a poco, hasta 
lograr inmovilizarme. De cada uno de sus poros surgía una especie de uña que me 
perforaba la epidermis. Sus senos comenzaban a hervir. Una exudación fosforescente 
le iluminaba el cuello, las caderas; hasta que su sexo —lleno de espinas y de tentáculos— 
se incrustaba en mi sexo, precipitándome en una serie de espasmos exasperantes.
Era inútil que le escupiese en los párpados, en las concavidades de la nariz. Era inútil que 
le gritara mi odio y mi desprecio. Hasta que la última gota de esperma no se me 
desprendía de la nuca, para perforarme el espinazo como una gota de lacre derretido, sus 
encías continuaban sorbiendo mi desesperación; y antes de abandonarme me dejaba 
sus millones de uñas hundidas en la carne y no tenía otro remedio que pasarme la 
noche arrancándomelas con unas pinzas, para poder echarme una gota de yodo en cada 
una de las heridas...
¡Bonita fiesta la de ser un durmiente que usufructúa de la predilección de los súcubos!

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