sábado, 4 de abril de 2015

Apuntes de Lechuza

En esta suerte de revista online filosófica, Rafael Argullol responde sobre su obra literaria: 

Comienza Maldita perfección (Acantilado, 2013) con una apelación al dictado délfico “conócete a ti mismo”. Un verbo en reflexivo, “conocerse”, que propone enfrentar o complementar con “reflejarse”. ¿Qué encierra el arte de autoconocimiento? ¿Es lo mismo conocerse que verse reflejado en las propias obras?
Creo que de la misma manera que es imposible reflejarse, también es imposible conocerse en términos absolutos. Si fuéramos un único rostro o si fuéramos un único yo quizá fuera posible este tipo de realización, pero como estamos constituidos de muchos rostros y albergamos muchos yos el máximo conocimiento al que podemos aspirar es una travesía en la que vamos avanzando de isla en isla. Al final, lo que queda es el archipiélago que somos y, simultáneamente, islas vírgenes, islas misteriosas, en nosotros mismos, que afortunadamente nunca conoceremos.

En La atracción del abismo (Acantilado, 2006) apunta a que aquella necesidad de los románticos por pintar lo que llamamos “pintura de paisaje” respondía, a su vez, a una necesidad por comprender y aprehender la Naturaleza. Todo cuanto existe de abismático en las pinturas de Füssli, Friedrich o Piranesi se contrarresta con un “valor cósmico” o “civilizatorio”. ¿Es el arte una suerte de puesta en orden del sí mismo?
Como ya apuntaba con mucha insistencia Leonardo Da Vinci en su Tratado de pintura, el auténtico arte es, simultáneamente, un viaje exterior y un viaje interior. El artista es un mediador, es aquel que hace visible lo invisible. Simétricamente, también es aquel que, a través de formas visibles, nos permite el acceso hacia lo invisible. No únicamente el Romanticismo sino toda la gran pintura europea se ha basado en esta dialéctica. Los grandes paisajes de Caspar David Friedrich, por ejemplo, son paisajes físicos y paisajes del alma. El caminante sobre el mar de nubes es una visión abismática del propio yo. Y algo semejante podemos afirmar respecto a El monje mirando al mar. Friedrich aseguraba que el ojo más fiel es el ojo espiritual. En el campo poético Novalis decía que el verdadero viaje es siempre un viaje hacia el interior.

Aunque es una pregunta por la que han corrido ríos de tinta y de compleja respuesta, ¿podría apuntar en qué se asemejan y en qué se diferencian arte y filosofía?
Yo diría que, también al contrario de lo que nos enseñaban en la escuela, hay líneas paralelas que sí, en la última lejanía, coinciden en un punto. Arte y filosofía coinciden en la interrogación del misterio. En el camino, sin embargo, parece que vayan por vías distintas, una, la filosofía, a través de los conceptos, otro, el arte, a través de las imágenes. En mi caso, he tratado de apoyarme en ese punto de conciliación al que acabo de aludir. Por eso en mi escritura he necesitado continuamente transformar los conceptos en sensaciones y narraciones y las imágenes, en pensamientos.

En lo tocante al arte existen varios conceptos que se consideran clave. Entre ellos, quizá, el más reconocido pero el más difuso, controvertido o indefinible es el de inspiración. ¿En qué consiste esta suerte de roce con las musas, tan tratado en estética y teorías del genio?
Creo que puede desglosarse en dos movimientos: el primero sería colocarse en estado de predisposición, de estar abierto a los experimentos de la existencia; el segundo es quizá sencillo de enunciar pero difícil de llevar a la práctica y se puede resumir en la definición que Baudelaire dio, precisamente, de inspiración: trabajo, trabajo, y más trabajo.


Y más cosas interesantes...

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