miércoles, 29 de agosto de 2012

El paisaje de Tizón

El otro día leí creo que por primera vez unos textos de Hector Tizón que me enamoraron... así de simple. Y decidí ponerme a investigar sobre su vida (super variada) y encontré estas citas suyas que me parecieron que dieron justo en el clavo acerca de la impresión que me dejó su escritura. Ósea es uno de esos increíbles escritores que parecen traducir exactamente lo que se les aparece en la cabeza, sin dar vueltas y usando las palabras clave... que es básicamente lo que dice en la primera, esta capacidad de ... aaaagh, léanlo!

"Generalmente, un cuento se me da por medio de la imagen, no algo que veo con los ojos sino una imagen que puedo prever, una imagen mental. El otro camino puede ser una frase cualquiera." Y, acerca del dominio de su oficio, el escritor habla de "herramientas" que están "en los almacenes universales del arte de escribir" y "algunas que me he fabricado yo mismo adaptándolas a otras".

"El paisaje no es el marco que encuadra la historia o los personajes; el paisaje es la historia misma, porque así como el personaje engendra el paisaje, en un movimiento de endogénesis, también los personajes y sus historias sólo pueden ser concebidos en ese paisaje".
Y por último un fragmento de su"Tierras de Fronteras" que me voló la peluca. Cómo pinta situaciones , te hace jaque mate en solo tres jugadas.


Recuerdo de Tías Viejas 
I 
Un escritor sólo puede escribir sobre lo que sabe y conoce. Uno es siempre lo que los demás, los hechos y los hombres, sus antepasados y sus contemporáneos han contribuido a hacer. Uno nunca es nada más que, en el mejor de  los casos, un poco más que sus demás. Los primeros conocimientos se propagan por transmisión oral y las iniciadoras siempre son las mujeres, dado que los hombres, salvo los ancianos, no hablan. En mi infancia las mujeres que me rodeaban –mi madre y tías, niñeras y demás comedidas- contaban historias que tenían que ver con nuestras vidas: nunca decían “en España o en Italia o en Francia”, puesto que todas las mujeres que rodearon mi infancia fueron criollas o indias analfabetas o no lectoras. Y lo primero que me llamó la atención fue que jamás una historia fuera contada exactamente igual y varias veces sino que la historia era el historiador, la narración era (sobre todo) el narrador. Estupenda lección de crítica literaria no expresada hasta entonces. 
La entrada en Jujuy de Felipe Varela la conoció mi mujer, Flora Guzmán, por boca de su mama Santos, gran-madre familiar allegada por vínculos de afecto o postiza y no consanguínea. Y yo conocí el esplendor del trópico bananero por narración oral de mi abuela y de un anciano, muerto siendo todavía Juez de Paz cuarenta años después de que mi abuelo –a quien había conocido-, primer plantador, huyera de su familia en lo mejor de su edad, y hasta hoy ausente con presunción de fallecimiento. 

II 
Mi niñez entre los quebrachales y los indios pescadores del Bermejo y apenas bilingües tributarios del miserable fundo de mi abuela –orgullosa mujer que borró desde un principio la mención de nuestro abuelo, “por hijoputa”-, y luego, en el páramo helado de Abra Pampa, como en dos mundos aparentemente sin conexión, estuvo poblada de seres que sirvieron de relleno a los vacíos del conocimiento. ¿Qué otra cosa es el mito? ¿El mito acaso no es una opinión improbable que va en auxilio de la razón cuando ésta no alcanza? Esto es lo que Platón decía del alma. Cuando la historia no puede (no se anima) a localizar ni datar, acude en su ayuda el mito.

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