Los dos nos vendíamos a precio de liquidación. Qué extraño, o no, que nos hayamos juntado. Los dos, mirando para abajo, sin esperar de más, sin esperar manos ansiosas para recibirnos. Quizás empezó tierno y esperanzado, pero supimos encontrarnos y saber que en realidad estabamos asustados y no creíamos que nadie valoraría nuestro contenido a menos que le redujeramos su valor. Que nosotros mismos admitieramos que no merecía mucho más... Temimos no escuchar ofertas entonces lo ofrecimos como regalo.
¿Orgullo, autoestima, miedo, heridas previas? Reconocimos almas similares en el otro y supimos que no nos lastimaríamos, que nos cuidaríamos porque sabíamos lo que era el dolor.
Pero él protegido detrás de su fuerte y yo del mío, pretendiendo ser reyes con armaduras frías y rígidas.. Como una aceituna, oleando una bandera de ternura y escondiendo un corazón empotrado y escondido contra los vientos. No llegamos a contenernos, a vernos. A salvarnos.
Bellas criaturas perdidas en sus propias almas errantes. Peleando en vez de amando. Celando en vez de expresando. Marcando límites ansiosamente, protegiendo en vez de jugando. En vez de encontrar calma en el otro terminamos por cerrar las puertas todavía más, incluso reconociendo en el otro la misma expresión, la propia, no nos animamos a verla y dejarnos ver.
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