Comienza a
escucharse un nombre de vida francesa, de historias pesadas y amontonadas, un
bandoneón. Una viola que dibuja paisajes suaves y ondeantes como caricias. El
contrabajo acompaña con sonidos como los de un latir; quizás también un piano
se escucha pero todavía muy bajo. Las parejas comienzan a bailar, carismáticas
y jóvenes de coqueteos y conquistas.
La seducción
y el abrazo calientan la noche que tiembla afuera, pero dentro, la milonga se
prende con chispas que saltan para todas partes. Cadera con cadera, labios húmedos se rozan y cachetes apoyados como caricias felinas. El son de los músicos marca
el ritmo para comenzar el más bello de los bailes, pero algo se pierde en el
camino. La canción sigue pero los instrumentos, las parejas, la vida abandonan
la pista una por una. Poco queda ya…
¿Cómo dejarle
atrás cuando efervece el recuerdo de esas bellezas, los soles de tarde, los
mechones sobre los ojos, la jovialidad, los primeros encuentros? Qué extraña la
persona en la cual bifurcó… en algún punto, mi adorado. Ahora me pregunto ¿a
quien fue que conocí, a uno, a todos? ¿De quien fue que me desenamoré; de uno,
de todos?
Mis labios se
parten dejando paso a las brisas del joven otoño y no tan lejano invierno que me
encontró prematuramente. Ya en sus brazos sentía el frío, sus sabanas hace
tiempo que no invitaban pero quise quemarlas con mi esperanza, con el baile, con el deseo del
encuentro con aquél personaje que conocí… en un principio.
Recordando,
re armando el rompecabezas una y otra vez, las historias se reescribieron de
cuantas formas se me pudo ocurrir. Mismos elementos, diferentes verdades y
visiones, ninguna menos dolorosa que la anterior. Dijo que me amaba. ¿Quién
ama? ¿A mi? ¿Por qué…? Fue un preludio
en mi corazón, nunca fue plenamente. ¿Por qué se evaporó todo tan rápido,
porqué murió antes de llegar a nacer?
Entre vueltas
y enrosques el piano tocó toda la noche, siguió tocando a pesar de que no
quedara ya nadie en la sala. Las cuerdas se pisaron unas a otras en su
cansancio, en la desesperanza del brote blanco y negro que nunca llegó a ser un
solo color. La música extrañó el sonido de los tacos arrastrándose en el piso,
trepando una pierna empantalonada, seduciendo el espacio de auroras. Flaca,
sola de vientos y violines y los más bellos razguidos ansiosos, fue sorprendida por la
luz de una mañana fría y abandonada, el final de la noche de tango.
No fría,
fresca. No abandonada, nueva. No final, sino inicio de un alba con sabor a sol.
Aura Serafina
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