Una de las grandes tragedias de mi vida - si bien de esa clase de tragedias que transcurren en la sombra y en el subterfugio - es la de no poder sentir nada naturalmente. Soy capaz de amar y odiar, como todos; capaz, como todos, de manifestar recelo y entusiasmo; pero ni mi amor, ni mi odio, ni mi recelo, ni mi entusiasmo, son exactamente aquellas mismas cosas que son. O les falta algún elemento, o bien tienen algo que les sobra. Lo cierto es que son otra cosa, y lo que siento no coincide con la vida.
En los espíritus a los que se llama calculadores - y la palabra está certeramente concebida -, los sentimientos sufren delimitación impuesta por el cálculo, por el escrúpulo egoísta, y así terminan por parecer otros que los que son. En los espíritus a los que bien se llama escrupulosos, se nota el mismo disloque de los instintos naturales. En mí se nota igual perturbación de la certeza del sentimiento, pero yo no soy calculador ni escrupuloso. No tengo excusas para sentir mal. Por instinto desnaturalizo los instintos. Sin querer, quiero erróneamente.
(Alias de fernando Pessoa)
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