martes, 12 de abril de 2011

El Grito, de M. Mujica Lainez

"El parque había crecido libremente en su entorno, borrando los caminos, devastando los canteros, apoderándose de las estatuas y de los jarrones. Los árboles entremezclaron sus ramas en el ahogo de las trepadoras y de los parásitos tendidos de follaje a follaje. Un agua turbia, zumbante de mosquitos, envenenó la fuente. La herrumbe comenzó a roer los arcos de la glorieta. El edificio mismo, el desconcertante edificio construido por tantas generaciones que multiplicaron en él añadidos y remiendos, adquirió la traza de un inmenso animal peludo, bajo las enredaderas. Algunas ventanas fueron tapizadas por la hiedra voraz. Habia hormigueros en los patios y muercielagos en los corredores. Una palmera, locamente, había empezado a erguir su penacho en un hueco del mirador, junto a los vidrios rotos.

Trece años. Durante trece años la casa y el jardín libraron una batalla sin cuartel, pertrechada la primera en sus rejas y sus goznes, seguro e invasor de la eficacia de sus raices reptantes. Hasta que la casa ceñida por la marea verde, terminó por rendirse, y los seres que habian vivido a su amparo, domesticados, sumisos ante su orgullo - la glicina, la santa rita, los jazmines- aliarons sus fuerzas en un ataque supremo y se lanzaron gozosamente a escalar el gran cadáver informe.
(...) En la blancura estrellada de la hora, creía distinguir formas que se movían sobre la terraza. Le tiritaba el cuerpo núbil bajo el camisón y se llevaba las manos a los pechos apenas dibujados, porque a su miedo, sin sospecharlo, se mezclaban imprecisos elementos de sensualidad, como si aquel tenebroso aislamiento que le asustaba hasta el terror recelara la promesa de un goce raro..."

Ni bien empecé a leer este fragmento, lo amé. Una increible imagen visual, esta lucha entre la naturaleza, lo salvaje y libre, lo poseído, contra la casa de las tantas generaciones de las estatuas y adornos y de esa sobriedad que solo se logra teniendo un inquilino. Una vez que la casa fue abandonada, la naturaleza la reclamó y le otorgó ese aire de misticismo y penumbras.  

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